BOE núm. 90
Lunes 15 abril 20O2
7139 LEY 1/2002, de 19 de marzo, de Cultura Popular y Tradicional.
EL PRESIDENTE DEL GOBIERNO DE LAS ILLES BALEARS
Sea notorio a todos los ciudadanos que el Parlamento de las liles Balears ha aprobado y yo, en nombre del Rey, y de acuerdo con lo que se establece en el artículo 27.2 del Estatuto de Autonomía, tengo a bien promulgar la siguiente Ley.
EXPOSICIÓN DE MOTIVOS
La cultura popular y tradicional, a través de sus múltiples y muy diversas manifestaciones, es considerada por todo el mundo como uno de los elementos que configuran y definen la personalidad colectiva de los pueblos. Así, una parte sustancial de la identidad de los pueblos de Mallorca, Menorca, Eivissa y Formentera tiene su expresión en manifestaciones como la literatura oral, los bailes, la música, los juegos, las fiestas, las costumbres, la gastronomía, los oficios artesanales, las técnicas de trabajo, los bienes muebles, la arquitectura tradicional, etc.
Una de las características de la cultura popular y tradicional es su capacidad de adaptación a situaciones sociales completamente diferentes de aquellas que fueron su origen, es decir, las formas de vida de las sociedades rurales de antaño. Este hecho se explica porque los elementos de la cultura popular y tradicional tienen su fundamento en el imaginario colectivo de los pueblos. Por eso, todavía hoy, los pueblos y las ciudades de las liles Balears mantienen vivas muchas manifestaciones propias e incluso desarrollan aspectos nuevos. La simbiosis entre las creencias, los valores, las aspiraciones y las necesidades de expresión y de comunicación de las personas ha posibilitado que la cultura popular y tradicional haya tenido continuidad a lo largo de períodos históricos muy distintos y con cambios de toda clase.
La pérdida de vigencia de algunas de las mencionadas manifestaciones es un hecho normal en la evolución de las sociedades. Las circunstancias varían y la funcionalidad de algunas manifestaciones desaparece o cambia. La tradición es un proceso de variación continua y, junto a pervivencias numerosas, sobrevienen aportaciones nuevas que enriquecen el panorama de la cultura popular y tradicional. Tanto los aspectos hoy desaparecidos como aquellas manifestaciones actualmente vigentes —sean antiguas o nuevas— merecen ser objeto de atención: Ya
sea para no perder la memoria histórica, ya sea para fomentarlas en cuanto a su consolidación o a su desarrollo.
Por otra parte, no podemos ignorar que a lo largo del período histórico de la dictadura franquista la cultura popular y tradicional fue objeto de una tentativa de desnaturalización, en la medida en que aquel régimen, que negaba la pluralidad interna del Estado, pretendió vaciarla de su contenido ¡dentitario profundo. Asimismo, es evidente que en los años sesenta y setenta, cuando las liles Balears, a partir del impacto del turismo de masas y de la generalización de la televisión, experimentaron un proceso de sustitución de las formas de vida rurales por las urbanas, la cultura popular y tradicional sufrió, con no muchas excepciones, un cierto tiempo de arrin-conamiento y menosprecio, porque fue identificada con una situación socioeconómica anterior que los ciudadanos pretendían superar. Esta tendencia empezó a ser rectificada a partir de la segunda mitad de la década de los setenta. Con la recuperación de las libertades democráticas y en el marco de las manifestaciones políticas favorables al autogobierno y a la normalización social de la cultura propia, se produjo un importante movimiento social que hizo posible que la cultura popular y tradicional recuperara gradualmente su prestigio, su condición de símbolo ¡dentitario y que, a la vez, volviera a ser percibida por muchos ciudadanos como una manifestación plenamente válida en aquel momento histórico y, además, con capacidad de promover una vivencia activa. La creación de un buen número de asociaciones, formadas mayoritariamente por gente joven, o el resurgimiento de otras que ya tenían una larga historia, permitió que en pocos años cambiara la valoración social y cultural de unas manifestaciones que, una vez más, demostraban sus posibilidades de supervivencia y de adaptación a situaciones históricas nuevas.
En la encrucijada del cambio de milenio, la cultura popular y tradicional tiene que afrontar unas situaciones que no facilitan su continuidad ni su desarrollo. Por un lado, la generalización de la llamada cultura de masas, que cuenta con e| impulso de poderosas industrias, con unos objetivos abiertamente mercantiles, y con el apoyo de unos medios de difusión que tienen una extraordinaria potencia tecnológica. Por otro, la tendencia que se deriva de ello es la globalización del consumo cultural y de las formas de vida y de ocio.
En una coyuntura histórico-cultural de estas características, la cultura popular y tradicional podrá garantizar su continuidad y vigencia social en la medida que mantenga e incremente el arraigo en el seno del territorio donde se desarrolla y el apoyo activo de los ciudadanos que lo habitan. Igualmente, se requerirá contraponer a la globalización uniformizadora aquella otra que se fundamenta en el reconocimiento de la diversidad cultural como un valor a defender y que concibe la universalización como la suma y el intercambio entre las diferentes culturas. Las liles Balears aspiran a mantener la